CONFUNDIDO Miércoles, nueve de diciembre de dos mil veinte. Con la fe confundida intento ordenar mi día y este diciembre que me encuentra agotado. Alguien, cuyo nombre no lo daré, me advirtió que el año dos mil veinte sería muy difícil y yo, estúpidamente, creí que fuera para los demás. Vivo cada día con el peso de la incertidumbre, con la poca fe en Dios y en el todo. La vida me ha golpeado donde más me duele, en la familia. No estamos mal, estamos algo agotados. Cansados, muchas discusiones, muchas presiones. Cinco personas adultas, chocando entre diferentes perfiles e intereses. Pero de todo esto, es mi sentir y pensar el que me preocupa. No estoy bien. Muchas discusiones, peleas, algunas innecesarias. Quiero opinar y siento que no me dejan hablar. Ella se lo habla todo. ¿Por qué no me dejan hablar? ¿Por qué no me dejas terminar una frase? ¿Acaso debo levantar la voz siempre para conseguir ser oído? Eso es desgastante. Así no vale, decíamos de chico cuando jugábamos y algo era con